La Teoría Queer y el Anarquismo

Una de las batallas culturales de nuestro tiempo gira en torno a la llamada Teoría Queer, un heterogéneo conjunto de creencias, actitudes e ideas, que, partiendo de la lucha de las llamadas ‘sexualidades disidentes’, ha ido impregnando leyes, programas políticos, marcos teóricos y visiones del mundo, y también ha colonizado con fuerza los ámbitos del movimiento libertario, de manera informal, es decir, sin debate y reflexión previos. Esta manera de llegar ya debería inducirnos a la reflexión cauta: es así casi siempre como el poder gana las batallas, dando por hecho que son resultado de la realidad misma, y que no requieren, por tanto, un análisis y un debate por parte de las individualidades y las organizaciones. Llega y se instala sin más en el sofá de nuestra casa, y pretende, nada menos, que definir quiénes somos y cuáles son las luchas que debemos librar.

La teoría Queer se presenta, ya desde su mismo nombre, de forma atractiva, sobre todo para personas que se sienten libertarias: es la revolución de los raros, de los marginales, de los que no encajan, de los que se niegan a dejarse encasillar. Nace reivindicando con orgullo un insulto, queer, rarito. Llega, sin embargo, impulsada con enorme fuerza por las universidades del centro mismo del mundo capitalista, las norteamericanas, desde donde ha colonizado los llamados ‘estudios de género’, abriendo una enorme brecha dentro del feminismo y cambiando de arriba a abajo su orden de prioridades. Para ejemplo, un botón: han sido décadas de lucha para conseguir que el lenguaje nombrara explícitamente a las mujeres, que siempre han tenido que intuir si estaban o no incluidas, ya que el masculino genérico no las nombra. Han bastado un par de años para que la ‘a’ haya quedado oxidada en favor de la ‘e’. Así que los hombres son nombrados explícitamente en la cultura mayoritaria, y las personas no binarias, en la minoritaria. El resultado puede llegar a ser una nueva, y doble, invisibilización de las mujeres, cis y trans. Lo que está ocurriendo con el lenguaje inclusivo nos sirve de ejemplo para atender cómo está operando este movimiento cultural: se presenta como marginal pero viene impulsado por las universidades norteamericanas; se declara feminista, pero no duda en dinamitar parte de la agenda del movimiento que supuestamente viene a enriquecer.

¿Y con el anarquismo? ¿Puede operar la teoría Queer del mismo modo con el movimiento libertario, cambiando desde dentro y sin debate previo su orden de prioridades y sus valores, o es compatible con las ideas libertarias, su genealogía teórica y su praxis de lucha?

Ambas teorías comparten su heterogeneidad, de forma que no es sencillo, ni en una ni en otra, definir escuetamente y con rigor sus principios. También comparten la dualidad teórica y práctica, ya que el Queer aspira a cambiar el mundo, como el anarquismo. Este último, sin embargo, nunca ha sido adoptado por las Universidades como marco teórico válido para analizar el mundo, y más bien ha sido recibido como una ingenua utopía. No cabe duda, sin embargo, en cuanto al anarquismo, que surge en el seno del movimiento obrero, en el marco de las ideas socialistas, y tiene como columna vertebral el antiautoritarismo. Se trata de una teoría de emancipación social, que busca una salida social a los problemas sociales, conjugando la defensa de la libertad individual con el bien común. Es una teoría de clase, aspira a dinamitar el orden burgués y estatal, y a construir espacios que permitan el desarrollo de todos los seres humanos en plenitud y en armonía con la naturaleza. Considera que es posible construir relaciones humanas sin jerarquías, sin ejercer el poder, a través del libre pacto y el apoyo mutuo.

La teoría Queer nace en un orden muy distinto. Su columna vertebral es la llamada ‘disidencia sexual’. Se enmarca en las corrientes nacidas en el seno del posmodernismo, con Michel Foucault como uno de sus antecedentes de referencia. Considera que lo ‘normal’, en el sentido estadístico, es decir, lo habitual, lo más numeroso, es ‘normativo’, y por tanto contrario a la libertad. La ‘transgresión’ es en sí misma liberadora. Con Foucault, aplica la teoría de los micropoderes, que se ejercen (según su lenguaje) sobre y a través de los cuerpos, en una compleja maraña de fuerzas y resistencias en la que cada persona puede ser a la vez amo y esclavo. El sadomasoquismo, por ejemplo, sería en este marco una práctica liberadora, ya que es antihegemónica (1). No tiene un marco ético de referencia, ya que no hay una existencia humana ajena a la cultura o que pueda ser medida de forma objetiva. Da respuestas individuales a problemas colectivos (2).

Con estas dos breves semblanzas ya se puede entrever la enorme distancia entre uno y otro movimiento, y el peligro de que el segundo, con toda la fuerza que está adquiriendo, eclipse o sustituya consensos antaño indiscutibles en el seno del anarquismo. La primera de las brechas es la de la respuesta individual a los problemas colectivos. Si somos lo que hacemos, si la identidad es ‘performativa’ y todo está mediado por el lenguaje, basta cambiar las prácticas individuales para ir creando otra realidad diferente. Sin negar la enjundia filosófica que puedan tener estas disquisiciones, los anarquistas somos conscientes de que hay una base material innegable en nuestra explotación; que no cabe revolución si no es colectiva, y que la salida individual a los problemas sociales es, una vez más, un canto de sirena para desactivar las luchas y su potencial de cambio. Uno de los peligros que afectan a la teoría Queer y otros movimientos identitarios es precisamente esta respuesta individual a los retos sociales, ya que “al estar centrado en el sujeto tiende a desarrollar prácticas individuales que pueden comprometer el potencial político de la acción colectiva” (3). Es en el marco de esta disyuntiva entre las acciones individuales y las luchas colectivas donde se inscribe, por ejemplo, la defensa del llamado “trabajo sexual”, que ignora la evidente explotación sexual de las mujeres de las clases populares por parte de los puteros y los proxenetas en el sistema prostitucional, institución indispensable del patriarcado. Y es que la mayoría de los teóricos Queer tienden a definir a los sujetos por sus prácticas sexuales, obviando “que estas prácticas no surgen de la nada, sino que son producto de procesos históricos y de contextos sociales determinados” (4). También juegan con la ambigüedad de presentar el hecho en sí de la prostitución como producto de una identidad (la de puta), que presentan como una orientación sexual cuando les conviene, o como una opción laboral y un trabajo, cuando les es más favorable este enfoque en sus debates. Ignoran así, pese a la sofisticación de sus teorizaciones, que las putas surgen en el patriarcado por oposición a las ‘decentes’, una división de la cultura patriarcal que se reparte a las mujeres para uso privado (con la función de madre-esposa) y para uso público (con la función de garantizar el acceso de cualquier varón al cuerpo femenino, en cualquier lugar del mundo, mediante precio). La identidad de puta es, como la de esposa, una identidad patriarcal, impuesta desde fuera y violenta, que persigue a todas las mujeres libres.

Otro ejemplo del efecto corrosivo que la teoría Queer tiene sobre las luchas colectivas se puede ver en su pretensión de disolver la categoría ‘mujer’, complejizándola y problematizando su definición, antaño diáfana. Las mujeres, trans y cis, no hemos conseguido ni mucho menos superar las opresiones y discriminaciones que sufrimos. Eliminar la categoría que nos une, como mujeres, dificulta la lucha y la conciencia social y feminista, del mismo modo que los efectos, exitosos, del neoliberalismo por disolver la clase obrera en una indefinida ‘clase media’ ha dado lugar al desolador panorama de falta de conciencia de clase que padecemos.

También discrepamos del objetivo de la lucha. El anarquismo busca la emancipación, y aunque ha dado siempre gran importancia a la sexualidad humana y al amor libre, en el sentido de liberarlo de la sotana y el Estado, no hace de ello el eje de su lucha, y se enfoca más a las condiciones materiales de la vida.

Otra brecha insalvable, a nuestro juicio, hace referencia al relativismo moral. Mientras para la teoría Queer la transgresión es liberadora en sí misma, para el anarquismo hay una moral irrenunciable, la de la justicia social. Para un anarquista, el Marqués de Sade, por ejemplo, por muy transgresor que fuera nunca podría ser un referente. El nuestro es el príncipe Kropotkin.

Hay, además, todo lo que el Queer no transgrede: el desarrollismo, el consumismo, la gran industria farmacéutica, la explotación sexual, la urbanización y turistificación del mundo, y la devastación completa de las comunidades humanas, todo lo que el capitalismo protege con leyes, armas y teorías de colores.

1- Fonseca Hernández, Carlos y Quintero Soto, María Luisa. La teoría Queer, la de- construcción de las sexualidades periféricas. Rev. Sociológica, abril 2009.

2- López Penedo, Susana. El Laberinto Queer. La identidad en tiempos de neoliberalismo. Barcelona : Egales, cop. 2008 3- López Penedo, S. Op. Cit pag.8

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