Del amor libre al capitalismo amoroso

Cuando los y las anarquistas comenzaron a pensar y poner en práctica el amor libre las normas que regían las relaciones (heterosexuales, pues las demás no eran socialmente admitidas), eran claras y estaban dictadas por la Iglesia católica y el Estado. Para las mujeres eran terribles, ya que en ese juego del amor, hoy considerado banal, les iba literalmente la vida entera: eran las depositarias del honor familiar, de forma que un desliz y un embarazo podían llevarlas a ser rechazadas por la comunidad de las ‘decentes’ para pasar a engrosar el caudal de las “mujeres de mala vida” que poblaban los burdeles y los “sifilicomios”, hospitales para enfermas de sífilis, una enfermedad que causaba pavor y de la que se culpaba (qué raro) tan solo a ellas. El matrimonio era en ocasiones la única opción para sobrevivir, ya que los trabajos disponibles para mujeres eran más precarios, más inaccesibles y estaban peor pagados. La opción de la soltería se consideraba un fracaso femenino, una vergüenza familiar, que se resumía en el despectivo adjetivo de la “solterona” (frente al ‘soltero de oro’) que se quedaba para “vestir santos”. Casi cualquier actividad intelectual o creativa estaba vedada o limitada o era ridiculizada si la hacían mujeres.

El problema de la anticoncepción, que ahora nos parece algo más o menos secundario, era central para las mujeres, que sufrían embarazo tras embarazo, o abortos en condiciones infrahumanas. El abandono de bebés era tan frecuente que hay historiadores que han llamado a ese largo siglo en el que entramos en la industrialización (desde finales del XVIII a principios del XX) el largo siglo de los expósitos.

Para los y las anarquistas, lo primero era romper la cadena de la Iglesia y del Estado. Había que vivir el amor de forma genuina, sin hipocresía, desligando el sexo de la culpa y del pecado, a través de las ‘uniones libres’, basadas en el pacto entre iguales. El amor libre no era, como se entendió después, un llamamiento al consumo indiscriminado de cuerpos o parejas sexuales: se entendía que se generaba entre compañeros que libremente querían unirse para desarrollar sus vidas en común, con libertad para romper el vínculo si éste se hacía indeseado, pero siempre partiendo de la responsabilidad mutua. En la práctica, suponemos, hubo de todo, ya que romper con una moral milenaria en la que siempre salían perdiendo las mismas no es fácil. Como tampoco es fácil el que los militantes y las organizaciones del movimiento libertario se vayan liberando de esa moral patriarcal tan fuertemente interiorizada en la psique colectiva.

Esto no solo afectó al feminismo, sino a la lucha por el reconocimiento de las identidades no CIS y no heterosexuales1. Desde luego que el concepto de amor libre implica respeto por ellas, y así se defendió por figuras importantes del anarquismo como Emma Goldman, o Lucía Sánchez Saornil. Pero la realidad es que estas personas fueron una minoría de adelantados a su tiempo. La concepción dominante entre los anarquistas las consideró como patologías o perversiones sexuales (exponente clave fue el doctor Félix Martí Ibáñez, director del SIAS, Departamento de Sanidad y Asistencia Social del gobierno catalán durante el periodo revolucionario de la Guerra Civil). Y esto fue así no solamente porque los teóricos del movimiento se acogían a un conocimiento científico que entonces era escaso, sino que este venía moldeado y ellos mismos venían condicionados, por una moral androcéntrica.

Más allá de los límites del contexto histórico científico, pesaban en esta visión los prejuicios de los propios anarquistas que la rechazaron como desviación, todos heterosexuales, que veían su opción sexual, mayoritaria, como normal y natural, y el resto como antinatural y patológica por el hecho de ser minoritaria y no cumplir con la norma patriarcal. Es el mismo prejuicio que había hacia la mujer que pedía igualdad con el hombre, se la consideraba antinatural, masculinizada (Gregorio Marañón era el médico que más se quejaba de que la mujer actual se estaba virilizando, al tiempo que también era un médico que defendía el origen patológico o desviado de las identidades no hetero). Esa jerarquía estaba interiorizada psicológicamente, lo que explica que las ideas feministas fueran recibidas con resistencias por parte de militantes y organizaciones del movimiento libertario (en España ese negarle a Mujeres Libres ser la cuarta rama del movimiento vino de ahí). En consecuencia, si bien según el humanismo anarquista y el concepto de amor libre, el límite a las relaciones sexuales es el respeto mutuo, el derecho humano, y la integridad sexoafectiva, el dictamen sobre comunismo libertario del Congreso de Zaragoza de la CNT, en punto a amor libre, era mucho más restrictivo en lo concerniente a la diversidad sexual. Ese “sin más limitación que la voluntad del hombre y de la mujer, y salvando a la colectividad de las aberraciones humanas”, deja muy claro que se partía de una heteronormatividad inaceptable, y de un concepto eugenésico a explicar y actualizar. Porque, ¿qué son las aberraciones humanas, y de qué manera las vamos a prevenir?, ¿la prevención incluye abortos, esterilizaciones o cambios genéticos sea por la fuerza o la persuasión? Dado que para la mayoría de anarquistas españoles de los años treinta la homosexualidad era una patología, que además implícitamente entendían que podía poner en peligro la reproducción de la especie, por lo que se esforzaron en fomentar la heterosexualidad desde sus publicaciones, la esterilización o el aborto -aunque no forzados- se hubieran podido llegar a considerar en aquel entonces como medidas de eugenesia.

La aceptación dentro de nuestra noción de amor libre, de lo que hoy se conoce como colectivos LGTBI, se fue asumiendo sobre todo a medida que estos colectivos avanzaban en esa lucha, y miembros de estos colectivos iban integrándose y fusionando reivindicaciones con el movimiento libertario, y está todavía en proceso de conseguirse totalmente.

Pero otras barreras al amor libre se han ido fortaleciendo en la actualidad. En los años 20 del siglo pasado ocurrieron dos fenómenos que trastocaron para siempre las relaciones entre hombres y mujeres: el surgimiento de la sociedad de consumo de masas y la popularización de la cultura audiovisual a través del cine, lo que llevó al nacimiento de la publicidad tal como la conocemos. El capitalismo desarrolló una enorme máquina de crear y vender sueños, que aún funciona a toda potencia y que nos moldea en lo más íntimo.

Fue tras varias décadas de esta cultura audiovisual y consumista cuando surgió la Revolución sexual, de la mano también de la segunda ola del feminismo. El viejo sueño de los anarquistas parecía que por fin había llegado. Hombres y mujeres podían relacionarse en libertad, explorarse mutuamente, vincularse sin contratos. La píldora anticonceptiva permitía por fin el sexo heterosexual sin miedo. Muchos creyeron que con la libertad sexual y la igualdad entre hombres y mujeres la prostitución dejaría de existir, y que se abría una nueva era de amor sin sombras ni deberes. El hedonismo de ‘la era de Acuario’ y el movimiento hippie dejaron una resacón terrible que aún nos dura: una epidemia de heroína y SIDA que marcó toda la década siguiente y dejó herida y desmovilizada a una generación entera. Las reglas de la libertad, como bien saben los obreros y obreras, cuando no hay igualdad se vuelven contra el que tiene la posición más vulnerable, de forma que esa libertad sexual fue pronto aprovechada para crear una cultura porno que ha ido cayendo como la lluvia sobre todos nosotros y nosotras, en forma de porno soft que invade nuestro espacio simbólico desde la cuna, a través de la publicidad, el cine y la industria musical, y de porno duro que educa en el sadismo y la sumisión a los hombres y mujeres del mañana desde que son capaces de usar por sí mismos un teléfono móvil. La libertad es, una vez más, la del liberalismo, el zorro libre en el gallinero libre, de manera que nos anuncian, con desparpajo, que ya somos libres para elegir y consentir en nuestra propia esclavitud: conejitas de PlayBoy libres, presentadoras de las campanadas semidesnudas en medio de la noche helada libres, africanas en tanga en las rotondas de los polígonos industriales también libres, y ucranianas que venden a sus hijos recién paridos, muy libres.

Esta ética comercial, que ahora nos parece tan normal como el oxígeno, es una contaminación cultural que lo impregna todo como una baba, y que dejaría estupefactas a nuestras teóricas. Nadie esperaba que al derribar la vieja e hipócrita moral católica y puritana la institución del burdel quedara intacta. No sólo ha salido intacta, es la inspiradora de un nuevo modelo de relaciones que, facilitadas a través de redes sociales como Tinder, ha convertido el espacio de socialización entre hombres y mujeres en un mercado. Elegimos el producto que más nos gusta, lo probamos, lo desechamos. Nos convertimos en vendedores de nosotros mismos, managers que presentan al producto con el mejor envoltorio posible, y en esta transacción unos, mayoritariamente hombres, huyen del compromiso como de la peste, y otras (mayoritariamente mujeres) ocultan como si fuera algo vergonzante su necesidad de amor. El amor, en este contexto, se está convirtiendo en una suerte de gimnasia narcisista para el ego, que no reconoce la humanidad plena de la persona con la que nos relacionamos, que es consumida como una cosa más, una emoción más, una experiencia más, un viaje turístico a otro cuerpo.

Ante este capitalismo amoroso, nos toca desmercantilizar las relaciones humanas. En un mundo precario que nos quiere insignificantes y frágiles, crear y cuidar vínculos fuertes es un acto revolucionario.

Laquesis

 

Notas

1 Richard Cleminson. Anarquismo y sexualidad (España, 1900-1939). Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz; 2008. Aquí se analiza el tratamiento de la homosexualidad en cuatro publicaciones, Revista Blanca, Estudios, Generación Consciente e Iniciales.

Analizando las referencias queer

El avance y la sofisticación del Capitalismo de las últimas décadas ayudado por la falta de arraigo y continuidad de la Cultura Obrera, debido mayoritariamente a brechas generacionales provocadas intencionadamente (Guerra Civil, II Guerra Mundial…) y con la mano ejecutiva de las Academias han provocado un campo de cultivo perfecto para el nacimiento de “luchas” que pretenden sustituir aquellas que van a la raíz del sistema inhumano, caótico y psicopático del Capitalismo. Estas Academias, son las élites intelectuales a cargo de las instituciones de conocimiento y comprometidas con la reproducción ideológica del sistema social. Ellas soterran la poca Cultura Obrera que aún nos queda, inculcando y promoviendo filosofías postmodernas de las que solo puede salir beneficiado el sistema actual.

Cuando éstas últimas llegan a nosotras, debemos hacer un ejercicio de análisis y crítica (como debería ser lo habitual) y preguntarnos: ¿de dónde vienen estas ideas y quiénes las promueven?, ¿qué conlleva la asunción de sus principios?

Las ideas postmodernas llevan décadas dañando al movimiento libertario. Veamos un ejemplo:

“Como hemos visto previamente, el modelo queer es una radicalización y puesta al día del movimiento feminista y de liberación homosexual, a los cuales de cierto modo sigue perteneciendo. Si uno propugnaba la emancipación de la mujer biológica del sistema patriarcal y masculinista y el otro la libertad de elección sexual, el modelo queer va mucho más allá. Ambos movimientos partían de cánones maniqueos y binarios en los cuales sólo existen dos matices para entender el mundo, y ninguno más: blanco-negro, rico-pobre, patrón-obrero, hombre-mujer, homosexual- heterosexual…”1.

¿Cuál ha sido uno de los métodos más efectivos de las últimas décadas, para acabar en cierta medida con la lucha obrera? La respuesta es sencilla; apuntar a la identidad de la obrera y del obrero. Sin identidad, la fuerza que pudiese tener el movimiento obrero se pierde, al no sentirse identificados.

De igual modo (a pesar de sus diferencias características del tema) se actúa hoy con la lucha antipatriarcal y por la liberación de la mujer. Se intenta utilizar a las personas que se salen de lo que llaman normativo, para romper de nuevo con otra identidad; la identidad de la mujer. ¿Por qué hay tanto interés en romper con el concepto de la mujer? ¿Existe algún interés en romper con una identidad que puede ser combativa? ¿Qué lucha nos queda a las mujeres obreras si nos rompen la identidad de clase y la de sexo? ¿Cómo vamos a poder identificar nuestras opresiones sin ellas? ¿Y combatirlas?

Nuestra labor, al igual que anteriormente hicieron nuestras compañeras libertarias es, sin duda alguna, recuperar, mantener y desarrollar esa Cultura Obrera y no dejarnos encandilar por ideas propiciadas y alentadas desde la Academia (también se abanderan hoy desde la calle, pero con las mismas bases). Cultivar desde de la Academia y más cuando se habla de política no institucional, es ver a la cultura como un objeto de mercancía que debe estar en manos de profesionales.

Esa Cultura Obrera nacía de entre todos y todas las trabajadoras y trabajadores, la iban creando gracias a ser conscientes de su posición social, y a su identidad común. Así, buscaban soluciones para un mundo mejor en el que no existiesen oprimidos ni opresores. En esta cultura se promovía el naturalismo como se puede observar con la revista Helios, la cultura literaria como en La Revista Blanca, la lucha de la mujer a través de Mujeres Libres…

Nosotras no podemos otra que intentar recuperar esa identidad, desde nuestra cultura. Como decía en su primer número Mujeres Libres: “Por esto nace Mujeres Libres; quiere, en este aire cargado de perplejidades, hacer oír una voz sincera, firme y desinteresada: la de la mujer; pero una voz propia, la suya, la que nace de su naturaleza íntima; la no sugerida ni aprendida en los coros teorizantes; para ello tratará de evitar que la mujer sometida ayer a la tiranía de la religión caiga, al abrir los ojos a vida plena, bajo otra tiranía, no menos refinada y aún más brutal, que ya la cerca y la codicia para instrumento de sus ambiciones: la política.”

Sin más rodeos, ya que ya hemos profundizado sobre lo que es el movimiento Queer anteriormente, pasemos a analizar sus textos, como así harían nuestras compañeras.

Empezamos analizando “El género en disputa” de Judith Butler, obra considerada una de las fundadoras de la Teoría Queer. En ella critica varias ideas del feminismo y sienta las bases de lo que será la conocida Teoría Queer.

Butler empieza poniendo en entredicho que el sujeto político del feminismo deba ser la propia mujer, ya que cuestiona en sí la identidad común de las mujeres. Así, dice: “Hay numerosas obras que cuestionan la viabilidad del “sujeto” como el candidato principal de la representación o, incluso, de la liberación, pero además hay muy poco acuerdo acerca de qué es, o debería ser, la categoría de las mujeres.”2.

Y llega a entender la propia identidad común de las mujeres como un problema: “Está el problema político con el que se enfrenta el feminismo en la presunción de que el término “mujeres” indica una identidad común”3. De igual manera se pregunta: “¿Comparten las “mujeres” algún elemento que sea anterior a su opresión, o bien las mujeres comparten un vínculo únicamente como resultado de su opresión?”4.

Esto entra en confrontación no solo con el feminismo como tal, sino con la misma lucha por la liberación de la mujer y antipatriarcal de las compañeras libertarias, ya que elimina de un plumazo la propia identidad de la mujer, y por supuesto la lucha por su liberación, y niega la realidad material de la opresión, discriminación y subordinación que sufre.

Como libertarias entendemos que la opresión a la mujer proviene de una realidad material; el propio cuerpo femenino, con su capacidad para parir, y la necesidad de este para la criatura en la primera etapa de la infancia. Esto es contrario a los intereses del Patriarcado, del Capital y de todo autoritarismo, ya que éstos luchan por dominar la propia naturaleza. Y preguntamos: ¿No es esta realidad material la que influyó de alguna manera en la diferenciación del trabajo?, ¿no influyó esto a los roles en la sociedad en la que vivían?, ¿no es esa biología en la que se ha basado por siglos el hombre patriarcal para subordinar a la mujer?, ¿no es acaso algo material en lo que se han basado las posteriores opresiones, subordinaciones y discriminaciones?

Eso no quiere decir, que todas las mujeres deban poder parir, ni que deban cumplir esto para ser discriminadas, pero la subordinación de la mujer ante el hombre patriarcal en el primer momento fue y sigue siendo por algo material: el cuerpo femenino y su naturaleza. La discriminación y opresión se produce después a todo lo relacionado con ella (la identidad como mujer, los estereotipos femeninos…).

No podemos tampoco pasar por alto un extracto en otra parte del texto en el que Butler solo deja entrecomillado cuando se refiere a lo “específicamente femenino” y a “las mujeres”. ¿Por qué Butler, una persona a la que le importa tanto la lengua, pone entre comillas cuando se refiere a lo femenino y a las mujeres y no a lo masculino? ¿Somos acaso “lo otro”? ¿Existimos solo en cuanto a que nos distinguimos del hombre y de lo masculino?

“¿Hay una región de lo “específicamente femenino”, que se distinga de lo masculino como tal y se acepte en su diferencia por una universalidad de lo masculino como tal y se acepte en su diferencia por una universalidad de las “mujeres” no marcada y, por consiguiente, supuesta?”5.

Butler, no solo pasa por alto un origen material de la opresión hacia la mujer, y niega a la mujer como identidad común y con ello directamente a la mujer, sino que también cuestiona la idea misma del patriarcado universal: “La idea de un patriarcado universal ha recibido numerosas críticas en años recientes porque no tiene en cuenta el funcionamiento de la opresión de género en los contextos culturales concretos en los que se produce”… “La afirmación de un patriarcado universal ha perdido credibilidad, la noción de un concepto generalmente compartido de las “mujeres”, la conclusión de aquel marco, ha sido mucho más difícil de derribar”6 (pág 46).

Entendemos, que una cosa es tener en cuenta los contextos culturales concretos de cada entorno y sociedad, y otra es negar la existencia de que en la gran mayoría de las sociedades exista una sociedad de carácter patriarcal. ¿No se ha puesto en contexto por parte de historiadoras como Gerda Lerner el patriarcado en las sociedades antiguas como Mesopotamia? ¿No se pone en contexto por parte de antropólogas el patriarcado según las características de la sociedad, seguro?

Pero, volvamos al tema estrella de su estudio; el género. Si el feminismo por la igualdad, que surge con las teóricas de los años 60 del siglo pasado, pretendía y sigue pretendiendo la eliminación del género, al entender éste como la herramienta cultural opresora por parte del Patriarcado hacia la mujer. Butler entiende que la herramienta opresora es el género y sexo binarios, entendiendo que no existe el sexo como tal, puesto que es realmente género, y por tanto, un constructo social a eliminar.

“Si se refuta el carácter invariable del sexo, quizás esta construcción denominada “sexo” esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, quizá siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como tal.”7.

Así pues, entiende más bien al cuerpo como si fuese una “tabla rasa”: “El “cuerpo” se manifiesta como un medio pasivo sobre el cual se circunscriben los significados culturales o como el instrumento mediante el cual una voluntad apropiadora e interpretativa establece un significado cultural para sí misma. En ambos casos, el cuerpo es un mero instrumento o medio con el cual se relaciona sólo externamente un conjunto de significados culturales. Pero “el cuerpo” es en sí una construcción, como lo son los múltiples “cuerpos” que conforman el campo de los sujetos con género. No puede afirmarse que los cuerpos posean una existencia significable antes de la marca de su género; entonces, ¿en qué medida comienza a existir el cuerpo en y mediante la(s) marca(s) del género?8.

En cuanto al tema de la “tabla rasa”, es bastante cuestionable, como ya hemos tratado anteriormente. Por lo que no vamos a dedicarle más tiempo, debido a falta de espacio.

Y llegamos a la idea principal por la que se conoce el libro: “el género resulta ser performativo”9. Cuando Butler habla de que el género (y el sexo) es performativo habla de que nadie tiene un género dado por la naturaleza, sino que éste se produce con la repetición cotidiana de las normas de género que nos dicen qué es ser hombre y qué mujer (acto). Esto no tiene sentido alguno, si entendemos que muchas de las opresiones a las mujeres tienen raíz no en los actos de ella misma, sino que se mutila, oprime y se saca beneficio capital de su cuerpo, como podemos observar con prácticas como la mutilación genital femenina que afecta según la OMS, a alrededor de unas 100 y 140 millones de niñas y mujeres de todo el mundo. U otras prácticas como los vientres de alquiler (un negocio con el que se explota a mujeres pobres por su capacidad de parir), o la violencia obstétrica.

El Patriarcado controla nuestros cuerpos por sus propias características, de distintas formas ya sea mutilando, sacando beneficio económico de ellos, ocultando por siglos conocimientos fisiológicos de la mujer para controlar su sexualidad, así como un largo etcétera.

No decimos que no se haya usado al género para oprimir, subordinar y discriminar, sino que negar que existe un componente material detrás es erróneo. Ni se puede negar lo cultural ni lo biológico. De igual manera que no se puede decir que el papel de cuidadora de la mujer hacia las criaturas es solo cultural o solo biológico, existen ambos factores.

La Teoría Queer llega con fuerza también desde la calle, pero con los mismos objetivos y las mismas bases; trangredir y romper con la normatividad sexual existente. “Queer es todo lo que se salga de la heteronormatividad. Desde el sexo anal hasta el sadomasoquismo, pasando por la prostitución, la promiscuidad o el bukake”10. Esto que indican desde un fanzine que se denomina anarquista, es recurrente tanto en los textos académicos como en los que no. La importancia a las prácticas sexuales (entendidas en la línea de lo patriarcal) parecen tener para ellos un carácter revolucionario.

Pero, ¿por qué solo se centran en las prácticas sexuales bajo una visión reduccionista de la sexualidad?¿Por qué todo gira en torno al sexo y sexo coitocéntrico, y no en los afectos y las relaciones?¿Por qué no hablan ni por un segundo de amor libre, de respeto y libertad en las relaciones?¿No tenemos acaso textos anárquicos escritos de hace un siglo por Compañeras que rompían con las prácticas amorosas patriarcales?¿Por qué no critican cómo se aprovecha el

Capitalismo de las falsas liberaciones sexuales enriqueciéndose por ello?¿Qué de lo aquí presente rompe con el Capitalismo?¿Acaso no han practicado bukakes, promiscuidad, sadomasoquismo muchos burgueses y han pagado por ello?¿Qué práctica revolucionaria es ésa?¿Era Alfonso XIII un revolucionario por promover e introducir el porno en España? Crítica parecida realiza Nxu Zänä en Contra la teoría Queer (desde una perspectiva indígena).

De igual manera que Butler, cosa que ellxs mismxs reconocen: “Ésta es la parte más conocida hasta la saciedad del modelo queer, por coincidir también a grandes rasgos con los trabajos surgidos del academicismo universitario, pero no es en absoluto todo.”

Se crítica el dualismo sexual patriarcal, pero al criticar ese dualismo, se intenta también romper con la propia identidad de sujetos de lucha, que son esenciales.

“Así pues, en el tema de la sexualidad, además de suponer a nivel militante una reactivación y aumento cualitativo con la incorporación de las premisas dichas, también se llega a la conclusión, partiendo de un cuestionamiento de los roles de género, de que los binomios hombre-mujer en cuanto al género, masculinofemenino en cuanto al sexo y homosexual-heterosexual en cuanto a la sexualidad son inválidos y no obedecen más que a una construcción social y política.”11.

Y como expresa esta mujer indígena:

“Así pues, la generación de la teoría queer contribuye a la generación de un saber que forma parte de los juegos de poder del sistema en el rompimiento de las comunidades e identidades. En contra de las mujeres, las y los indígenas del mundo, las y los obreros, las y los campesinos, las lesbianas, los homosexuales, las feministas, los sindicatos, en fin la teoría queer se convierte en el arma ideológica neoliberal perfecta basada en la individualidad y el placer promoviendo además una forma mercantilizada de la sexualidad que resulta opresiva, nuevamente, para la mujer, las y los niños, las y los adolescentes, facilitando el camino para una nueva opresión y explotación de los sexos y géneros. Y de paso servir como forma de desarticulación, desprecio y estigmatización de los movimientos de todo tipo, en especial contra nosotros: las y los indígenas.”12.

Como obreras y mujeres, no podemos dejar de identificarnos con esas identidades, pues de lo contrario aniquilaríamos nuestra lucha. Y no nos queda otra, que seguir trabajando desde nuestra propia cultura libertaria y obrera enfrentada a los citados “juegos del poder del sistema”.

Cloto 

Notas:

1 Fanzine Queer explicado para anarquistas, pág 28

2 Pág 43, El género en disputa, Judith Butler.

3 Pág 45, ídem.

4 Pág 47, ídem

5 Pág 47, ídem.

6 Pág 46, ídem

7 Pág 51, ídem.

8 Pág 53, ídem.

9 Pág 76, ídem.

10 Revista Anarqueer n1, pág 9.

11 Revista Queer explicado para anarquistas, pág 29.

12 Contra la teoría Queer (desde una perspectiva indígena), Nxu Zänä.

 

Presentación tercer número de La Madeja

En el presente número, sin más tardar, hemos querido abordar la cuestión del amor libre como concepto fundamental del anarcofeminismo sin el cual no podríamos avanzar en la crítica de otros problemas de la teoría y la práctica anarquista y feminista, como es nuestro propósito para los siguientes números.

Los tres artículos de que consta, dejan bien patente cómo lejos de tratarse de un ideal pretérito y ya realizado en la sociedad actual, sigue siendo un objetivo inalcanzado en pleno siglo XXI. Salta a la vista que es así, cuando ni el derecho a la vida y a la integridad física y moral de las mujeres se respeta, ni siquiera en las llamadas “democracias”, donde en lugar de haber visto la violencia de género disminuída, la estamos viendo exacerbada por el avance implacable de la cultura capitalista. Es hora de clarificar nuestro pensamiento para reforzar posiciones y dar la batalla desde un feminismo anarquista, o lo que es lo mismo, no asimilado por el feminismo mediatizado por el estado, por los partidos políticos, o por grupos de presión empresarial infiltrados bajo capa feminista. Este número trata de proporcionar claves para comprender y contestar la opresión interna, que es la primera que la mujer tiene que combatir, en diálogo con sus hermanas, para dar respuesta organizada a la ofensiva capitalista patriarcal que hoy sufre.

En cuanto al proceso de construcción interna del mensaje del número, el grupo Moiras no ha tenido que trabajar un consenso en este tema puesto que partíamos de un valor superior del anarquismo aplicado al mismo contexto histórico social. Espontáneamente los textos han venido a reflejar distintos aspectos del mismo problema, estamos seguras, que por todas las mujeres sentido: esa fusión de patriarcado y capitalismo que no nos deja vivir en paz, también nos obstruye el camino para ser libres de elegir y construir nuestras relaciones amorosas en igualdad.

Agradecemos a los lectores la buena acogida de la publicación, de la que sabemos que se está haciendo incluso traducción al inglés, y nos mantenemos atentas a las sugerencias que nos van llegando, si bien recordando nuestros límites, al ser este un trabajo voluntario y difícil de llevar adelante entre pocas personas con escasos medios, sobre todo técnicos. Aún así, a la edición digital, vamos a unir la versión en papel, poniéndola a disposición de quien quiera imprimirla a partir del archivo PDF preparado al efecto y colocado en una sección especial de nuestra web.

Esperamos que este número sea tan bien recibido como los anteriores y que ante todo sea útil a quienes lo lean.

Moiras