CONTRA LOS MITOS ARTÍSTICOS DEL PATRIARCADO MODERNO

En 1971 la historiadora del arte feminista Linda Nochlin escribió “¿Por qué no ha habido grandes artistas mujeres?” 50 años después de este artículo, que supuso el comienzo de la recuperación de la memoria y la historia de las mujeres artistas, la pregunta se sigue planteando en la actualidad, y para las feministas sigue siendo inevitable el señalar lo erróneo de su formulación.

Nochlin, en este famoso artículo expresa su convencimiento de que no ha habido en la historia un equivalente femenino de los grandes artistas, de que no hay un Leonardo o un Rembrandt mujer. Esto recuerda mucho la propuesta de Virginia Wolf en el ensayo “Una habitación propia”, cuando espera el advenimiento de la nueva artista, que sería según ella aquella capaz de igualar a Shakespeare en literatura. Ella misma con este ensayo y otras obras, legándonos una producción única, cuyo valor es incomparable, nos demostraba la falacia de esa suposición. Ningún Shakespeare hubiera podido crear un Orlando. Ni la novela tuvo su límite de desarrollo en el siglo XVI, ni es nada probable que un hombre hubiera podido idear este ser inaudito, capaz de perdurar en los siglos mutando de sexo. Y aun habiendo acuerdo en que las artistas se incluyeron dentro de los estilos propios de su época, y que a grandes rasgos su estilo no se distingue del de los artistas hombres, el análisis profundo de sus obras muestra diferencias que conllevan una ruptura con los esquemas patriarcales. Lógicamente, en la obra de una mujer artista, las de su sexo no van a ser representadas ya como objeto, sino más como sujeto. Esta característica, que también puede darse en la obra de artistas varones, va a aparecer de manera más patente en la obra de las mujeres artistas. Y si se distingue la perspectiva de quien sufre la desigualdad de género, sobre todo cuando sabemos que la obra la ha hecho una mujer, es porque no puede apreciarse ninguna obra de arte sin información acerca de ella.

La obra de Artemisia Gentileschi (1593-1653), reconocida en su tiempo como gran artista, aunque luego se la marginara de la historia del arte, entra dentro de la categoría de lo que Nochlin suponía imposible para una mujer por las condiciones sociales en que se desenvuelve su vida. Efectivamente, si no fue una gran artista, no se entiende por qué desde un principio se trata de atribuir algunos de sus cuadros a hombres. Y si esos hombres a los que se han atribuido obras de ella, son reconocidos como grandes artistas como es el caso de José de Rivera, es incomprensible por qué no ha de recibir ella el mismo tratamiento.

La pregunta en lugar de por qué no hay grandes mujeres artistas, que las hay, tendría que ser, por qué no ha habido más mujeres artistas. Y aquí es donde la excepción viene a confirmar la regla, y se hacen sentir las condiciones objetivas, sociales, que han impedido a la mayoría de mujeres emanciparse de su papel de objeto del arte, musa de los artistas hombres. La historia del arte analiza las biografías de las primeras artistas reconocidas, como Artemisia, y halla una serie de requerimientos muy difíciles de alcanzar para el común de las mujeres de su tiempo. El mito del genio hecho a sí mismo, desde la nada, como dice Nochlin, aquí se desvanece. Aunque tanto hay que reconocer el peso de la educación y los apoyos sociales, como la lucha personal del artista frente a las dificultades que siempre están ahí para él, máxime si es mujer. Hay que evitar los sesgos de tipo materialista vulgar, que niegan la agencia individual, o centran todo en lo estrictamente económico sin atender el influjo cultural, de las ideas y las mentalidades.

Un enfoque libertario de esta cuestión pasa por una crítica radical a las fuerzas, estructuras e instituciones sociales, que han estado coartando la libertad creativa, de los artistas y del común del género humano. En el plano de lo más sutil del sometimiento, las ideas, han sido los mitos acerca del artista los que han sustentado el cierre social del arte.

En este sentido, Artemisia Gentileschi viene a ser el prototipo de artista moderno hecho mujer. El padre, Orazio Gentileschi, hizo lo que casi ningún padre en la época. La forma como pintora en su taller, y muy pronto la hace destacar como niña prodigio, con el objetivo de procurarle el éxito y el estatus social que él no llegó a alcanzar. Se trata de una proyección de ascenso social desde un estrato medio, burgués, a otro superior, el de la nobleza. En las cortes europeas, los nobles van a ser mecenas de los artistas de origen social inferior, que elevan su posición a cambio de otorgar un brillo intelectual a los gobernantes impuestos por la fuerza bruta. Para ello, todo lo que fuera “no visto”, raro o excepcional, venía a realzar el valor de la persona que intenta ascender. El ser mujer no es, desde esta perspectiva, una categoría social, sino una cualidad de realce individual.

Había acabado el tiempo del anonimato, propio del arte medieval. La movilidad social del individuo es mayor, la cultura se seculariza, y el sujeto busca su sentido dentro de esa inmensidad que es el cosmos. Ha adquirido una nueva dignidad, incluso una mayor entidad, en la era de la imprenta y la lectura individual, analítica, científica. El Humanismo coloca al ser humano en el centro de todo. Entramos en una fase de adolescencia, de ensimismamiento del humano consigo mismo. Y fue la élite social intelectual, científicos, filósofos, artistas…quienes más sintieron el renacimiento de la diferencia individual, pues fue en ellos, y no en los poderosos que los promocionaron, donde creció esa aportación diferenciada y personal del individuo hacia la colectividad. Por eso los reyes, generales, condottieri, papas, cardenales, etc…que meramente buscaban perpetuarse por la fama, recurrieron a ellos. Surgió así una relación parásita, a partir del mecenazgo de las artes y las ciencias por parte de la aristocracia, los banqueros y nuevos ricos, de la que costó mucho emanciparse a los artistas e intelectuales. No solamente en el sentido económico, sino todavía más fuertemente, si cabe, en el propio autoconcepto del artista.

Que hoy nos sigamos preguntando por “grandes artistas mujeres”, denota cómo seguimos presos de un concepto de “grandeza” clasista, supremacista, y patriarcal. Grandes creadores o generadores, grandes innovadores, siempre los hubo. Se les puede llamar genios, pero no es científico el suponer que son más valiosos que los que les precedieron o les siguieron en el camino. De hecho, cuanto más nos acercamos al conocimiento de aquellos, más notable es la aportación suya que distinguimos en la obra del llamado “genio”. Rememorando el famoso dicho del neoplatónico Bernardo de Chartres y adaptándolo a lo que aquí se quiere decir, si vemos más, no es solo por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos enanos a hombros de un gigante, y a esto habría que añadir, un gigante compuesto de otros muchos seres pequeños.

Es hora de revisar ese culto a los genios, y reivindicar la integridad de la persona. Es cierto que la mujer debe tener oportunidad de desarrollar sus capacidades naturales al más alto nivel.  Como el hombre, por supuesto, poder optar al máximo grado de especialización, pero no de una manera competitiva o elitista, dejando al margen a una gran mayoría de personas que van a trabajar en empleos descualificados, en condiciones brutales, solo por sostener a los que se supone que han nacido con un “don”. Tampoco sometidas al estrés de la comparación. Una vez las personas sean más libres de crear sin presiones sociales, será más fácil llegar al punto de lo que no admite comparaciones. Ante todo, la mujer, como cada ser humano, tiene que tener derecho a cultivar libremente su vocación y ser feliz con ello, porque la naturaleza nos ha hecho diferentes y todos tenemos un valor y una capacidad de aportación.  Si llegamos a ser útiles para la sociedad, perfecto, si nuestro nombre pasa a la historia, será un honor. Pero si no pasa, realmente no es tan importante. Solo lo es en la medida en que sirva para recordar a los otros, a todos los genios tras el genio.

El nombre de Artemisia Gentileschi no tenemos que olvidarlo, porque representa a las mujeres artistas, –si grandes o pequeñas, eso es relativo a quien necesite juzgarlo de esa manera–, y también a todas las mujeres.  Y nos interesa discernir lo que hace única su obra, que es también lo que la hace más universal. El vínculo con las estructuras de poder de las que depende para crear, no va a poder perderlo nunca. Sin embargo, hay un momento de su biografía en que el plan paterno se trunca y Artemisia cae en desgracia. El pintor que Orazio introduce en el taller para instruirle la somete a una serie de violaciones que ella va soportando bajo promesa de matrimonio, hasta que comprueba el engaño. Si esta mujer fue capaz de reconvertir el destrozo causado en su mente por la violación, y por un proceso inquisitorial humillante y doloroso, fue por su propia pasión por la pintura, que ahora se sentía traicionada en las expectativas creadas. Más que nunca tiene que sentir la rabia de la injusticia, las dificultades para ser artista mujer.

En su obra va a estar la cosmovisión barroca, la influencia de la cultura de su tiempo, y a la vez, un fuerte componente antipatriarcal, muy presente en el recurso a figuras en las que todas las mujeres pueden verse reflejadas: Susana, Judith, Betsabé…  Y cuando en 1616, gracias al voto de Galileo –también una persona excepcional que tendrá que enfrentarse a la Inquisición–, se convierte en la primera mujer miembro de la Academia del Disegno de Florencia, no es solamente el deseo de superación individual lo que la mueve, sino que es muy consciente de que está abriendo el camino para las que vienen detrás. Toda su obra está pensada para demostrar la gran falacia tras la desigualdad de género en el arte, la que afirma que solo los hombres están naturalmente dotados para la creación intelectual y artística. ¿Lograremos superar el prejuicio también en cuanto a las clases sociales?, ¿llegaremos a tener algún día una sociedad capaz de integrar funciones básicas y especializadas, de abandonar el modelo de un solo cerebro individual para millones de brazos? Depende entre otras cosas, de lo social y libertario que sea el feminismo que defendemos.

 

 

Atropos