Este año ha marcado un hito en la historia de este día, que es conmemoración, celebración y jornada de lucha,- tres aspectos estos que siempre se supieron conjugar-. Y es que por primera vez en la capital del estado español, donde tienen lugar los actos centrales y las convocatorias masivas, ha habido dos marchas con lemas y recorridos distintos, algo que también se replicó en otras ciudades del país.
Nos gustaría poder hablar de una marcha propia de las anarcofeministas, que se distinguiera de la principal, o institucionalizada. Pero no. Lamentablemente lo que estamos viendo es una división dentro del feminismo institucionalizado, el que prolifera en las universidades, los think tank de los partidos, los ministerios, las ongs y las plataformas sociales vinculados a ellos, que está deteriorando al movimiento feminista en su conjunto. Precisamente ahora que después de dos años de pandemia, la profundización de la crisis económica y social recae sobre las mujeres con especial dureza dada la brecha de género, nos encontramos con este escenario de conflicto artificioso, entre dos opciones. Ninguna de las dos es anarquista; ninguna de las dos es obrera o revolucionaria. Ya hace años que este día se conoce por la ONU como “día de la mujer”, para suprimir de él el componente de lucha de clases.
Más allá del enfrentamiento entre Podemos y PSOE por introducir el “no a la guerra”, y la hipocresía de este último partido en decir que eso quitaría protagonismo a la agenda feminista. Por una parte, estuvo la marcha de la Comisión 8-M de Madrid, con el lema “derechos para todas, todos los días”, aludiendo a los derechos de las personas transexuales. A esta asistieron delegaciones de los principales partidos políticos, PSOE, Unidas Podemos, PP, Ciudadanos o Más País, junto a los sindicatos mayoritarios. Y por otro lado la del Movimiento Feminista de Madrid, bajo el lema “8 de marzo abolicionista” que se separa de la principal por estar en contra del proyecto de ley Trans, en contra de la consideración de la prostitución como trabajo, y contra los vientres de alquiler.
Que las dos marchas de Madrid son materialización de conflictos no resueltos en el ámbito de las ideas, es algo que las anarquistas tendrán que asumir si quieren convertirse en una fuerza social capaz de plantar cara al feminismo burgués y capitalista. No se podrá dar un paso en la práctica sin hacer una crítica radical de las tendencias que están paralizando y desarticulando el feminismo, justo ahora que estaba empezando a retomar impulso. Tendremos que reafirmar nuestras raíces teóricas, y alzar la voz para decir que no somos radfem ni somos queer, somos anarcofeministas. Se hace necesario un fuerte trabajo de construcción en cuanto a abolicionismo libertario, que se distinga claramente del abolicionismo de estado. Igualmente, es preciso crear un espacio propio al anarcotransfem, es decir, de inclusión de la mujer transexual en el feminismo anarquista, al margen de la línea sistémica postmoderna. El feminismo radical se ha mostrado incapaz de llevar a cabo esta integración y esto ha sido aprovechado por la tendencia queer, que ha sabido instrumentalizar al movimiento LGTBI y ha terminado haciendo cuña liberal en el movimiento hasta dividirlo y debilitarlo.
Los hombres que dentro del movimiento libertario español están viendo oportunidad de reafirmarse en sus privilegios patriarcales, a través de retrocesos como el concepto de “trabajo sexual”, se equivocan. Como es erróneo el empecinamiento de mirar para otro lado y menospreciar la lucha contra el machismo como secundaria o problema de mujeres. No es inteligente seguir desaprovechando la oportunidad de establecer un puente con nuestros entornos sociales a través de un movimiento tan masivo y que va ganando fuerza en la mentalidad social. El feminismo libertario es un medio privilegiado de expansión de las ideas ácratas, sin las cuales, no hay práctica anarquista. Hagámoslo fuerte. Dotémosle de una base ideológica propia y coherente con el espíritu libertario y la lucha revolucionaria renacerá, otra vez desde las mujeres, que en la historia de los movimientos sociales han sido siempre grandes iniciadoras, y esta vez, con la colaboración de nuevas generaciones de hombres a los que el feminismo abrió el camino hacia nuevas formas de masculinidad no patriarcal.
Grupo Moiras