LOS DESASTRES DE LA GUERRA (CONTRA LAS MUJERES)

La artista Suzann Blac levanta con su obra un testimonio estremecedor sobre la violencia sexual.

He matado putas antes, 2002

Uno de los secretos mejor guardados del Patriarcado se desarrolla en la alcoba. Es el
secreto de la violencia sexual, cuyas increíbles dimensiones están empezando a
imponerse en la conciencia colectiva, porque ellas ya no callan más y ya no pueden
ser silenciadas. Es un fantasma que recorre el planeta y señala al elefante blanco con
el que llevamos siglos conviviendo sin atrevernos a mirarlo: la construcción violenta de
la sexualidad masculina y el ejercicio del sexo como un arma para someter. Las voces
aisladas que expresaron el testimonio femenino ante la violencia sexual se alzan en la Historia del Arte con brillantes llamaradas como la Judith de Artemisia Gentilleschi, pero ha tenido que ser el feminismo el que comenzara a reconstruir las piezas rotas de la voz de las mujeres, en un auténtico trabajo de arqueología histórica.

No hace mucho un conocido mío viajó a un país del Sudeste asiático que ingresa la mayor parte de sus divisas gracias al llamado “turismo sexual”. En ese país los hombres tienen permiso para violar a niñas y niños, encubriendo el crimen (y
lavándolo, tanto legal como simbólicamente) con dólares y euros. Ese conocido (un
militante de izquierdas) me comentó de pasada que las relaciones sexuales de
hombres blancos con niñas asiáticas eran allí comunes, “lo hace todo el mundo”, como
si se tratara de una particularidad exótica del país, como la comida picante. Aquellas
niñas de ojos almendrados eran para él un enigma. Eran extranjeras en la conciencia
de mi amigo (quedaban fuera de la naturaleza humana), así que no pasaba nada, allí
“era normal” someterlas a la violencia sexual de centenares de extraños a lo largo de
su vida. Este amigo, con su comentario superficial, no parecía capaz de reconocer los
efectos de esa experiencia violenta sobre aquellas muchachas y niñas. ¿Por qué le
resultaba ese daño invisible o irrelevante? ¿Era el racismo lo que le impedía
reconocerse a sí mismo en la naturaleza humana de aquellas niñas torturadas por los
genitales de oleadas de hombres llegados de otra parte del mundo? ¿Sería capaz de
percibir el horror de esa violencia si fueran nuestras niñas españolas las que fueran
sometidas a ese trato, a la vista del todo el mundo, en las calles de Madrid o
Barcelona? Probablemente su percepción respondiera a una mezcla de dos espesos
prejuicios culturales, el racista y el machista, ya que la mente patriarcal ha quitado
siempre importancia a los efectos de la violencia sexual, proyectando la culpa y la
vergüenza sobre las víctimas o haciéndolas cómplices y auténticas promotoras de esta violencia

Contra este terrorismo sexual se alza la voz de Blac, que sufrió desde su infancia esta
sexualidad devastadora. “Como víctima de abusos y como superviviente que nunca
tuvo voz, mi arte es guerra. Una guerra para combatir el terrorismo sexual. Quiero que
mi arte y activismo difundan las conciencia sobre el abuso y la explotación sexual
infantil, exponer la fea y violenta verdad sobre la industria del porno y la prostitución”,
dice la propia artista, nacida en Birmingham en 1960, en un entorno de violencia y
pobreza que se refleja en obras impactantes como “El novio de mamá”.

Cuando te repitan el mantra que siempre ha justificado la violencia machista, “no es
para tanto”, ahí está Suzann Blac para dar al mundo un estremecedor testimonio de
los desastres de la guerra contra las mujeres, al modo de Francisco de Goya con las
atrocidades de la ocupación de España por las tropas de Napoleón, con unas gotas de
ácida mirada de Banksy. Las mujeres ya no callan más y lo que tienen que decir debería iniciar una revolución de los cuerpos.

Conocí la obra de Blac gracias a un brillante artículo de Rae Story, traducido por el colectivo Traductoras por la Abolición de la Prostitución. Fue como si me lanzara una granda de mano. Soy superviviente de la obra de Blac.

Laquesis