A LA CONQUISTA DE LA PLENITUD. IMPORTANCIA DE LA DIVISIÓN INTEGRADA

En el número de enero de 1965 del Portavoz de la Federación de Mujeres Libres de España en el Exilio, se refleja la polémica en torno a un artículo de John Newton, figura influyente en el mundo de la educación en Inglaterra, publicado un año antes. En este artículo, llamado “La educación que necesitan las mujeres”, Newton defiende la vocación natural de la mujer hacia los estudios de artes y humanidades y hacia las labores domésticas, lo que vendría avalado según él por el número reducido de mujeres en educación superior (¡hay el doble de hombres aún en 1963!)), y en las especialidades tradicionalmente masculinas. A continuación, figura la contestación que publicaron en The Observer varias expertas del mundo de la ciencia, incluidas las ciencias tipo matemáticas y física, explicando que no es la naturaleza sino la tradición cultural la que está limitando a la mujer a determinadas actividades y a determinadas áreas de conocimiento. Por último, el comentario de la redacción de Mujeres Libres en el Exilio fue: la respuesta refleja la opinión liberal de la llamada clase media, al centrar el tema en la disputa entre sexos, en lugar de situar el problema en la sociedad de clases y en la alienación funcional de la mayoría de la sociedad. ¿Estaba la redacción queriendo decir aquí que la crítica de la división sexual del trabajo es burguesa, o secundaria, frente a la crítica de la sociedad de clases?

Este texto es para remarcar el hecho de que las dos críticas son posibles y necesarias, de que las jerarquías tienen que ser atacadas en su conjunto, no privilegiando unas sobre otras, y de que el propio término “feminismo” tiene su razón de ser en que la realidad que no se nombra, es realidad que se invisibiliza. Vamos entonces a referirnos a esta realidad de la jerarquía funcional según sexo de la persona para después situarla en el hecho general de la división funcional jerárquica, del cual depende su resolución, sin duda.

En primer lugar, en cuanto a las diferencias de nivel formativo entre hombre y mujer, la incorporación plena de la mujer a la universidad, es un fenómeno de hace apenas dos décadas, y en específico, de los países del centro del sistema capitalista global. Antes del siglo XIX la mujer estuvo marginada de la educación universitaria y circunscrita al trabajo doméstico[1]. María Elena Maseras, en 1872, fue la primera mujer en España que accede como tal a una plaza universitaria, no vestida de hombre como fue el caso Concepción Arenal (1942, facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid). Maseras necesitó un permiso ministerial para poder asistir, y aún después de haber superado con éxito la licenciatura de medicina, nunca en su vida se le permitió ejercer en esta profesión. Ella fue pieza clave en la consecución del derecho al libre acceso de la mujer a la universidad, que va no va a ser legalizado hasta 1910 impulsado por Emilia Pardo Bazán como consejera de Instrucción Pública. Todavía en 1970 las mujeres eran menos de un tercio de estudiantes en las universidades españolas, y es a partir de los 90 cuando va apareciendo una tendencia manifiesta claramente en el año 2000, cuando las mujeres superan en número de matrículas a los estudiantes varones y son el 53%. Analizado en profundidad, el fenómeno de la feminización de la población universitaria[2], aparte de que nos sirva para constatar un logro histórico respecto a la igualdad de género en educación, deja al descubierto desequilibrios que indican que todavía queda mucho trabajo por hacer. De hecho, la propia diferencia en el número de matriculaciones universitarias puede que guarde relación con el mayor nivel de paro en la mujer: una estrategia frente a la crisis en el empleo, es la de subir el nivel de cualificación, alargar el tiempo de estudios, para mejorar la empleabilidad futura en una economía de servicios muy tecnificada, estrategia que sería más pronunciada en la mujer por el mayor nivel de paro que sufre. Si a esto le unimos que sigue existiendo una marcada divisoria por la que determinadas carreras universitarias siguen siendo de mayoría masculina o de mayoría femenina, se puede hablar de un proceso “democratización segregativa”. Hay más mujeres en la universidad, pero segregadas por tipo de carrera, y luego, al salir, con menos integración al mercado laboral y en trabajos más precarizados y temporales, que no se corresponden con su formación, y dentro de eso, con peores salarios y condiciones. Eso significa que, al margen de la clase social, los hombres, por el hecho de haber nacido hombres, van a cursar estudios mejor situados en cuanto al mercado laboral, se van a emplear más, y van a conseguir mejores trabajos. Y que las mujeres de clase obrera van a sufrir una doble discriminación. Porque las carreras más prestigiadas, con más salida laboral y mejor pagadas en el mercado, que, en su mayoría, quitando Derecho y Medicina, son carreras masculinizadas del llamado sector STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), van a quedar para los hijos varones de los estratos altos de la sociedad.

La segregación de género tiene que ver más con un factor subjetivo, como son los estereotipos que condicionan la elección de la mujer, mientras que la segregación por estrato social se hace posible por los diferentes mecanismos de cierre desde la propia institución, como los numerus clausus (plazas limitadas), o las notas de corte más altas en las pruebas de acceso a la universidad[3].  Las carreras más cotizadas, en su mayoría masculinizadas, son carreras a las que los estratos altos acceden más fácilmente gracias al superior capital familiar, tanto económico como cultural, y a las que el mercado capitalista está privilegiando frente a otras ramas de conocimiento y de trabajo que van a verse discriminadas. Hecho este que es injusto en sí mismo, porque entre las especialidades, sean formativas o de trabajo, no debiera existir una jerarquía, como tampoco debería existir la desigualdad de clase. Piénsese que, en 2019, tan solo un 22,7% de la población española había conseguido acceder a la formación superior[4], y solo un 1% de la población se dedica a ciencia e investigación.

Y en cuanto al mercado de trabajo, si bien la Teoría del Capital Humano, había supuesto que la terciarización de la economía demandaría trabajadores especializados, la triste realidad es que éstos están subempleados en empleos precarios y de menor cualificación, que son los que está generando el capitalismo de servicios, y esto a pesar del contexto de reducción de la natalidad. Por tanto, las

mujeres hemos de luchar por un igual acceso a la educación y al trabajo, tanto de las mujeres como de toda persona perjudicada por cualquier otra jerarquía. Hemos de demandar acceso en igualdad, sí, pero no como élite social. Acceso en igualdad, por supuesto, pero sin renunciar a la superación, porque la liberación de la mujer no consiste en “ser como”, ya que el hombre también está limitado y sometido por una estructura social injusta y alienante.

En todo caso, hay que distinguir las motivaciones de mera supervivencia (formarse más para responder a las exigencias del mercado de trabajo), de las aspiraciones de máximo desarrollo social y profesional de la persona, guiadas estas por la vocación, hacia el despliegue de las propias capacidades naturales.

La incorporación de la mujer a la enseñanza superior y al mercado laboral que se observa en los países del centro del sistema global, es fruto de un cambio general de la sociedad en favor de la igualdad para la mujer, y en especial de un cambio cultural en el seno de las familias, cambio que ha cuestionado las estructuras patriarcales de la misma, a raíz de una dura lucha de las mujeres. Su acceso a la formación a todos los niveles, igual que su incorporación definitiva al mercado de trabajo (fuera de coyunturas, como por ejemplo cuando las llaman durante las guerras a trabajar a las fábricas, para después, volver a recluirlas en la casa) se debe a su férrea voluntad de acceder en igualdad de condiciones con el hombre, al conocimiento científico y al ejercicio de una profesión u oficio. No en razón de una competición con él, sino como vía natural de su propio desarrollo personal y social, en el que es clave la búsqueda de independencia económica. En efecto, no es que las mujeres decidan formarse más para escapar a una actual “incertidumbre de la vida familiar estable”, es decir, porque ya no tengan el matrimonio como recurso seguro. Es que la institución matrimonial nunca fue segura para la mujer en ningún sentido; y es porque históricamente lo ha comprobado, que la mujer busca la independencia, porque solamente la independencia aporta una seguridad.

Conviene recordar aquí, sin ir más lejos, cuál era nuestra situación bajo el régimen franquista, que tiene en el yugo patriarcal uno de los ejes del nacionalcatolicismo que va a imponer a sangre y fuego[5]. La represión de revancha, ejercida contra las “rojas” del 39 al 45, por las que fueron fusiladas, llevadas a la cárcel o al manicomio, forzadas al exilio… se alargó hasta el final de la dictadura consolidándose institucionalmente. Entre 1935 y 1977 estuvo actuando la Sección Femenina de la Falange, que junto a la Iglesia lleva a cabo el adoctrinamiento de la mujer en la moral de sumisión cristiana, con la reducción al rol de esposa y madre (todas las españolas de entre 17 y 35 años estuvieron obligadas a realizar el “Servicio Social”, 6 meses de “formación y trabajo”). Desde el año 42 hasta hace unas décadas, estuvo funcionando el Patronato de la Mujer, para reclusión de las “inadaptadas” a la moral dominante, en su mayoría provenientes de la clase obrera, internadas contra su voluntad y sometidas a trabajos forzados, vejaciones, y torturas, en centros de internamiento gestionados por la Iglesia católica en los que siguió el negocio de los niños robados iniciado tras la guerra (se estima que hasta 300.000 niños pudieron ser robados entre los años 40 y los 90, siguiendo las teorías de “eugenesia de la raza hispánica” defendidas por Vallejo Nájera). En 1939 se prohíbe la enseñanza mixta, se deroga la ley del divorcio y se restablece la minoría de edad de las mujeres, volviendo al código civil de 1889: la mujer y los hijos se consideraban propiedad del marido, o en su ausencia, del padre (patria potestas). El marido podía “depositar” a la mujer en casa de los padres de ella o en un convento, en caso de que no estuviera contento con el matrimonio y quisiera separarse de ella; tenía derecho a matarla, en caso de que ella le fuera infiel; tenía derecho a no ver investigada su posible paternidad, a pesar de lo cual podía retirarle los hijos a la madre y darlos en adopción haciendo uso de la patria potestad; la mujer, para no verse en la calle, se veía mucho más obligada que hoy, a vivir con su maltratador y potencial asesino[6] . Y la posibilidad de toda esta serie de abusos tiene por condición esencial el cortar a la mujer el acceso al mundo del trabajo remunerado:  legalmente era imposible trabajar, abrir una cuenta bancaria, disponer del ahorro ganado con el propio sudor, pedir un préstamo para abrir un negocio, sin el permiso del padre o del marido… Históricamente, la dependencia económica, y hoy en día, la marginación y discriminación de la mujer en relación al mercado de trabajo asalariado, ha sido la forma de mantenerla atada a la institución del matrimonio, y a su complementaria, la prostitución. Hicieron falta cambios legislativos llevados a cabo por el estado a raíz de la lucha social de las mujeres, para poder eliminar las prohibiciones y privilegios legales que hicieron del hogar patriarcal un infierno del que era imposible escapar.

Hago este largo resumen para que no se olvide que el camino de la incorporación de la mujer al mercado laboral, ha costado lágrimas de sangre, y que a menos que el hombre lo desande, nosotras tampoco lo vamos a desandar. Al igual que el hombre lucha porque se respete su derecho a la formación superior, su derecho a tener un empleo y unos ingresos suficientes para vivir él y su familia, y a la libre elección de oficio o profesión, sin que esto le sea obstáculo para luchar igualmente por la supresión del salariado, la mujer no debería dejar de aspirar a estos derechos, que son derechos civiles reconocidos para todos con independencia de su género, bajo el falso argumento de que tal lucha es antirrevolucionaria. Derecho tienen ellos a un trabajo asalariado para no quedarse en el paro, igual derecho tenemos nosotras; igual derecho tienen ellos a un trabajo libre de explotación y, por ende, libre de salariado, igual derecho tenemos nosotras. Estos derechos se suman, no son excluyentes. Estamos hablando de brechas funcionales de género, que pueden reproducirse en una sociedad sin clases, como también en una sociedad clasista puede reducirse mucho la divisoria de género y la mujer de clase trabajadora seguiría sufriendo una segregación en razón de su clase social. Por eso todas las jerarquías deben verse atacadas, cada una en su especificidad.

El acceso igualitario de la mujer a la educación y al trabajo, es un objetivo todavía no conseguido del todo. Ni se ha conseguido en los países que en los últimos siglos han experimentado más las revoluciones sociales, ni mucho menos en las zonas del planeta asfixiadas por la colonización capitalista. Hacer un simple repaso de cómo está la situación a nivel global, ha de llevar a reconocer que al menos en un contexto de desposesión capitalista de los medios de producción, el menor y peor acceso de la mujer al mercado laboral implica miseria. Incluso cuando es posible una subsistencia sin remunerar, porque la tierra es poca, sin tecnologías, y la economía informal queda fuera de los sistemas de protección social del trabajo[7]. En 2018, solo la mitad de las mujeres a nivel mundial trabaja para el mercado laboral, frente a un 77% de los hombres, solo gana 77 céntimos por cada dólar que gana el hombre en el mercado laboral, y en algunos países, todavía su acceso a la educación es minoritario[8]. Conviene señalar, además, que la segregación por sexos que vemos desde el siglo XVIII, en que tiene lugar la incorporación inicial de la mujer al trabajo por cuenta ajena asalariado (no al mundo del trabajo, ya que siempre ha trabajado, sobre todo en el espacio familiar), venía de atrás, de la economía preindustrial. Esta, si bien era más independiente del mercado, limitaba a la mujer a la esfera doméstica, que es la asociada a la casa y al terreno de la familia, y a las funciones reproductivas. Así encontramos durante la Revolución Industrial a mitad del siglo XIX en España, una fuerte presencia de la mujer en el sector textil, en labores que tradicionalmente había hecho ella, y con tasa de actividad femenina (TAF) que llegó a alcanzar un 70-80% en País Vasco y Cataluña, para después caer, al pasar el episodio de crecimiento, de manera similar a como lo hizo tras las guerras mundiales. Todavía la historia económica tiene que aclarar el peso de los factores de crecimiento de la TAF, habiendo investigadoras que lo atribuyen sobre todo a la demanda, dado que la variable estado civil y número de hijos no alteraba la tasa alcanzada durante esos periodos de crecimiento económico[9]. En cambio, otros estudios inciden más en las dificultades para conciliar vida laboral y familiar y en la responsabilidad que en ello tienen los hombres que no comparten carga familiar y las empresas que no flexibilizan sus condiciones –por ejemplo, hoy en día tener hijos supone un 19% menos de participación en el mercado laboral, y la tasa de actividad de la mujer está en España muy por debajo de la europea, en un 53%–[10]. Sea como sea, el crecimiento de la TAF solo adquiere un carácter sostenido a raíz de la revolución cultural de la mujer en los años setenta del siglo pasado, donde el carácter de la integración al mercado laboral es distinta a las anteriores, porque está guiada por la vocación profesional de la mujer, que ha conquistado el máximo nivel de cualificación, que ha conseguido acceder a métodos anticonceptivos, y que aspira a transformar la estructura social desde sus cimientos familiares, una estructura que es, básicamente, una pirámide rol-estatus según una división funcional rígida que hoy percibimos como antinatural.

Techo de acero es la desigualdad salarial con el hombre cuando desempeñamos exactamente la misma función, techos de cristal, son los obstáculos invisibles e irracionales, que pasan más desapercibidos, los que intervienen en toda la brecha laboral. Físicamente, la naturaleza de la mujer, de media, supone un 20% menos de fuerza y un 20% más de flexibilidad que el hombre. Para la mujer, son diferencias que pueden eliminarse con el entrenamiento físico, para que pueda alcanzar el rendimiento medio del hombre en los trabajos de fuerza tradicionalmente masculinos que sean su vocación. Si bien, tal y como están bajo el capitalismo, no son nada atractivos, porque las propias condiciones brutales de ese tipo de trabajos, destruye el cuerpo del hombre ya en edades jóvenes. Pero por otro lado está el recurso de la tecnología, que permite la equiparación de sexos en el trabajo, y que tampoco se ha utilizado suficientemente. Y en cuanto al hecho de la maternidad y la crianza, hecho biológico en que descansa todo el patriarcado, hoy sabemos que es posible la corresponsabilidad en el hogar y las medidas de conciliación, sobre todo la reducción de jornada, la cercanía del lugar de trabajo, y el cuadrar los turnos de trabajo para no dejar la casa vacía, y estar más tiempo con los hijos y poder cuidar de los mayores y enfermos.

Esto deja en evidencia que la división sexual del trabajo y la feminización de ciertas funciones y conocimientos, no es ninguna necesidad natural, que puede modificarse, como también la división funcional en su conjunto. Tampoco hay justificación para la divisoria entre trabajo intelectual y manual, entre científico técnico y descualificado.

En una sociedad revolucionada debieran intercambiarse conocimientos, más que bienes; debiera tenderse a la autosuficiencia económica a escala local. La especialidad debiera quedar integrada, de forma que la jornada quedara partida entre trabajo de supervivencia básica en célula familiar, y trabajo social especializado, entregado como servicio a la comunidad, sin necesidad de ser retribuido.  Y este trabajo especializado debiera organizarse de tal manera que cada trabajador atravesara las distintas fases de producción de la actividad, desde las más a las menos cualificadas. Sin estas transformaciones sistémicas, la mujer seguirá siendo una esclava más del trabajo deshumanizado, sea asalariado o no. También en la lucha feminista, como en la lucha del movimiento obrero, hay que compatibilizar la reivindicación de las mejoras transitorias, con la gran lucha por la sociedad libertaria, en la que el trabajo pueda ser libre, ya no la tortura -tripalium- que evoca la propia etimología del término. ¿Y cómo se hace eso? No perdiendo el norte, consiguiendo los avances por medio de la acción directa, sin apoyarse en mediadores profesionales ni en las instituciones, y concibiendo cada mejora como un impulso hacia la toma y transformación de los medios de producción.

 

Atropos

[1] La presencia de la mujer en la Universidad española. L. López de la Cruz. Revista Historia de la Educación Latinoamericana, nº4, 2002.

 

[2] Utilizo aquí como fuente “Estratificación social y trayectorias académicas”, Juan Carlos Solano Lucas, UMU,2002.

[3]https://www.eleconomista.es/ecoaula/noticias/10678620/07/20/Cuales-son-las-carreras-universitarias-con-las-notas-de-corte-mas-altas.html

[4] Eurydice España-REDIE a partir de la estadística de Formación, mercado laboral y abandono educativo-formativo de la Subdirección General de Estadística y Estudios del Ministerio de Educación.

[5] Uso para este resumen Carmela ya no vive aquí. El viaje sin retorno de las mujeres españolas. Lucía. S. Naveros, Ediciones Nobel, 2014.

[6] Léase el artículo “El domicilio conyugal” de Mercedes Fórmica, de 1953 en el diario ABC, que popularizó el caso del asesinato de Antonia Pernia Obrador, origen de una primera reforma legal, aunque pequeña.

[7] “Hechos y cifras, empoderamiento económico” https://www.unwomen.org/es/what-we-do/economic-empowerment/facts-and-figures

[8]https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20180129/44376132844/mujeres-mundo-laboral.html

[9] “La tasa de actividad femenina a mediados del siglo XIX en Andalucía: el caso de Antequera”, Concepción Campos Luque, en: Investigaciones de historia económica, Vol 10, nº3, 2014.

[10] “Análisis del mercado laboral femenino en España: evolución y factores socioeconómicos determinantes del empleo”, Mª Genoveva Millán Vázquez de la Torre, Manuela del Pilar Santos Pita, Leonor Mª Pérez Naranjo. Papeles de población, vol.21 no.84, abr./jun. 2015.