CONTRA EL REVISIONISMO PORNOLABORALISTA DE LA MEMORIA LIBERTARIA

Hablábamos en nuestro libro “Por qué el anarcosindicalismo no puede sindicar la prostitución” de la ofensiva de revisionismo histórico del anarquismo por parte de los regulacionistas de la prostitución. Sabíamos que era cuestión de tiempo que apareciera un libro en defensa de una “revolución prostitucional de 1936”, pero no pudimos comentarlo en el nuestro, porque prácticamente son coincidentes en el tiempo de publicación, por lo que lo hacemos aquí y ahora sin más tardar.

Hace un par de años que el partido de Ada Colau, Barcelona en Comú, a través su programa de financiación de proyectos ciudadanos, La Filadora, pagó a un equipo de investigación embarcado en el proyecto de recopilar toda la información que fuera útil de cara a sostener la revisión de la historia a que aquí nos referimos. El resultado es “Putas, república y revolución” de Marta Venceslao y Mar Trallero, publicado en noviembre de 2021 por Virus Editorial.

La pretensión del libro es dotar de una memoria histórica al movimiento pornolaboralista, promovido como tapadera por el proxenetismo neoliberal de finales del siglo XX, originariamente en los Estados Unidos. Para eso tienen evidentemente, que crear un mito, tienen que agarrarse a lo que sea para sustentar la idea de que este movimiento es anterior a lo que realmente es.

Se sostienen infundios varios. Dice una de las autoras, en el programa de radio que la Linterna de Diógenes le dedicó a su libro, que Mujeres Libres fue una excepcionalidad dentro del movimiento anarquista español, en lo que a su defensa del abolicionismo se refiere. Afirma que la iniciativa de los liberatorios de prostitución fue “ridiculizada” por los compañeros del movimiento, que los anarquistas lo que defendían era la sindicación de la prostitución y que hicieron llamamiento a la misma. ¿En qué pruebas se basan para decir esto? En ninguna. Los medios de expresión del movimiento libertario ibérico de la época no dan señales de regulacionismo, no se aporta ni un solo documento probatorio de que existiera esta corriente de opinión, ni muchos menos de un movimiento antiabolicionista como el que hoy nos ataca. Todo lo que hay son documentos en contrario, y de lo que más precisamente es de los liberatorios, que si fueron una iniciativa tan ridiculizada por los compañeros de la CNT ¿dónde lo fueron? ¿en qué medio de expresión, o en qué acta, o acuerdo de pleno o congreso, quedó reflejado el rechazo a los liberatorios? Si fueron tan ridiculizados, no se entiende que se llevaran a cabo desde el Ministerio de Sanidad y Asistencia social de Federica Monstseny, y desde la Dirección General de Sanidad y Asistencia social del gobierno de la Generalitat, a cargo de Félix Martí Ibañez.  Y aun imaginando que fuese así y hubiera compañeros que se burlaran, ¿cuáles son nuestros referentes de liberación de la mujer en el movimiento libertario? ¿Mujeres Libres, o los que se resistieron a su reconocimiento como cuarta rama del movimiento libertario? ¿Mujeres Libres, o unos compañeros que crearon una fábrica de bodas, o que cuando ellas hablaban en los mítines les decían que se fueran a casa? Los liberatorios no solamente formaban parte de una cultura abolicionista como es la libertaria, sino que fueron asumidos a nivel de organizaciones. El libro que aquí comentamos da más valor a las opiniones de ciertos individuos en contra de los principios anarquistas, que a la línea asumida por las propias organizaciones del ML en concordancia con estos principios.

En cambio, las autoras van a dar valor de hecho generalizado al “sindicato del amor” del que Eduardo Barriobero en sus memorias dice haber levantado acta para “seguirles la broma” a las prostitutas que se lo pidieron. ¿Tenemos que seguirles nosotros la broma también? ¿Convertimos esta broma en una corriente o sector dentro del anarquismo, o en un “empeño de la CNT por la sindicación de la prostitución” en la línea de lo afirmado por Martha Ackelsberg en su trabajo sobre Mujeres Libres, sin que exista la más mínima documentación que lo pruebe? A qué central sindical perteneció ese supuesto sindicato, eso parece que tampoco ha importado indagarlo.

En otra pretensión muy llamativa, las autoras defienden la existencia de burdeles colectivizados por los anarquistas durante la revolución, pero dando por hecho que después esos espacios se utilizaban para seguir con el mismo negocio. De nuevo, sin una sola prueba de lo que afirman. Y suponiendo que hubiera contradicciones en la práctica, y que en algún caso esto llegara a hacerse, ¿por qué se exaltan las contradicciones en contra de los principios del anarquismo? ¿por qué no se respeta el hecho de que el sentir general de la organización sindical como el de todo el movimiento libertario ibérico, era abolicionista, y que esto era por coherencia con su ideología y no por ningún desfase evolutivo? De hecho, los abolicionistas libertarios seguimos aquí, lo mismo que la CNT, la FAI y Mujeres Libres, que aún a día de hoy, no han declarado en ningún congreso que sean regulacionistas de la prostitución, pero en cambio sí asumen el dictamen de comunismo libertario del congreso de Zaragoza que se adhiere al ideal de amor libre, y que es contrario a toda cosificación y mercantilización del sexo y del cuerpo de la mujer. Desde 1936 hasta hoy, ha habido tiempo de formalizar esos “empeños” si realmente hubieran sido eso, y no meras elucubraciones revisionistas.

Se comprueba además cómo con tal de conseguir dar crédito al regulacionismo, las autoras no han tenido problema en recurrir a los pormenores de la leyenda negra del anarquismo durante la revolución: que si Durruti fusilaba prostitutas en el frente de Aragón, que si los anarquistas entraban a los burdeles barceloneses a matar proxenetas, puteros y personas de la “vagancia”…Todo esto sin prueba documental y dando crédito únicamente a los testimonios inculpatorios, que suelen levantarse por enemigos declarados del anarquismo. Se sirven de este tipo de testimonios, para sostener una imagen de “luces y sombras” de la revolución en la que el abolicionismo anarquista pueda encajar como parte de las “sombras”. De esta manera el regulacionismo podría seguir usando la imagen del movimiento y sentirse incluso como parte del mismo, obviando las contradicciones: ni más ni menos que se pretende que haya unas mujeres libres regulacionistas, cuando lo que históricamente ellas establecieron como objetivo primordial fue que la abolición es la primera tarea de la revolución, y esto en plena coherencia con la ideología, que lo que defiende es el amor libre y no el mercadeo sexual.

En esto se resume el trabajo de “polillas” que dicen ellas haber llevado a cabo en este libro. Conociendo lo que hace la polilla en un archivo, no nos extraña nada que lo califiquen así, porque más que a la recuperación se ha dedicado a la destrucción de la memoria. Se trata de una obra que no consigue pasar de las deformaciones y los gazapos del lamentable artículo de Rodrigo Vescovi que ya comentamos en nuestro libro como referencia. O bien al investigar los archivos no han encontrado nada, y ellas mismas se refieren varias veces en el libro a la falta de documentación en que basar la teoría de la “revolución pornolibertaria”, lo que es de sentido común que ocurriera  -¿qué esperabas, Ada Colau?-; o han recurrido directamente al artículo de Vescovi. En cualquier caso, es un libro fallido puesto que no consigue sostener con rigor histórico ni la posibilidad de una memoria del movimiento por el “trabajo sexual”, ni la existencia de una corriente regulacionista en la revolución anarquista española de 1936.

Conviene que pasemos ahora a cuestionar las ideas que se están promoviendo con este texto y en sus presentaciones públicas, y que simplemente se dan por hecho por parte de los incondicionales del discurso del trabajo sexual que lo están patrocinando.

Se contrapone abolicionismo/prohibicionismo, a regulacionismo/enfoque pro-derechos. Esto es una falacia. La prostitución no es un derecho, por lo que la sindicación de la misma tampoco lo es. El abolicionismo no está negando el derecho a organizarse o sindicarse a un colectivo marginado, solo rechaza el movimiento y las organizaciones que sostienen el alineamiento de intereses con los explotadores (prostituidores y proxenetas). Organización y sindicación, sí, pero contra ellos, lo que solo puede ser como desempleadas que luchan por un trabajo de verdad. Y en cuanto al prohibicionismo o el punitivismo, son términos que como mucho se pueden aplicar a un abolicionismo de estado, del cual hay que separar al abolicionismo libertario dado que no son coincidentes y pretender meterlo en el mismo saco que aquél es nuevamente, negarle su idiosincrasia y su historia.

Cuando los regulacionistas, como las autoras en este caso, usan términos como “embestida abolicionista”, transmiten la idea de ataque hacia las mujeres en prostitución. Se ignora a todas las que no han querido ponerse bajo el paraguas rojo, y sobre todo a las están luchando por la abolición como “supervivientes”, de manera que cualquier crítica hacia la prostitución, o hacia los proxenetas y los puteros, o crítica hacia las que dan la cara por ellos, sean considerados como violencia contra los “trabajadores sexuales”. Pero las autodenominadas “trabajadoras sexuales” no son todas las mujeres en prostitución. La historia de las prostitutas que se sumaron a insurrecciones populares no es la historia del movimiento por el “trabajo sexual”. Y puesto que los colectivos de este movimiento defienden a los explotadores, no pueden pretender sustraerse a la crítica, que no va contra las prostitutas, sino contra los que las prostituyen.

Se dice del abolicionismo, aquí en concreto el de Mujeres Libres, que es paternalista. Se está poniendo de moda el decir que las mujeres no necesitan estar protegidas por las normas sociales, que eso es victimizarlas, y que reconocer a alguien su condición de víctima y tratar de ayudarle es paternalismo. Esto puede pasar con toda la violencia de género. Se barre de la escena pública a todas las que se reconocen como víctimas, y se organiza a grupos de maltratadas que digan aceptar voluntariamente ese trato, y así es como todas las mujeres nos quedamos sin protección colectiva frente a la violencia de género. ¿En qué momento la mujer que aguanta los golpes y defiende a su maltratador “voluntariamente” ha dejado de ser víctima?

Otra idea tomada del neoliberalismo y exaltada por las vacas sagradas del postmodernismo, es la de que la igualdad esencial de los seres humanos destruye la diversidad. La marginalidad se convierte en un valor en sí mismo. En la óptica del falso movimiento de liberación, que usa la perversión del lenguaje de los movimientos revolucionarios para legitimarse, el derecho del lumpen es seguir siendo lumpen, el derecho de la prostituta es seguir siendo prostituta, y por supuesto, el del proletario, será el de seguir siendo proletario. Toda aspiración a la justicia se descartaría por autoritaria, paternalista, o fascista. Al movimiento obrero se le intenta sustituir por una miríada de movimientos por la diversidad para que asumamos la jerarquía como si fuera parte de un derecho a la diferencia. Tal es así que se cae otra vez aquí, en un tópico que imposibilita a estas mujeres salir de la actividad, esto es, el de afirmar que como la prostitución es una actividad dignísima, los intentos de ofrecer alternativa laboral, cual fueron los liberatorios de prostitución, son una ofensa al honor de las “trabajadoras sexuales”, y una pretensión paternalista sobre ellas. Aparte de que no se paran a analizar en qué medida el discurso de las que se venden como “scorts de lujo”, pasando por ser la Voz de las prostituidas, está dañando a las que están ahí forzadas y amenazadas por las mafias de la trata. Fomentar la demanda de esta actividad, es seguir alimentando la captación de niñas y mujeres de los estratos bajos de la sociedad y el tráfico de mujeres desde países empobrecidos. ¿Esto no es clasismo?

A esto se añade, que lo único que se tiene en cuenta es la opinión de esos grupos de presión alineados con el negocio prostitucional, que se autoerigen en Voz de todo el colectivo, como si no importara ya el carácter de la actividad cuya abolición es el objetivo real del abolicionismo.  Si se trata de una actividad cuya conservación es de especial interés para la humanidad, del que rastreamos el pasado como si fuera parte de un patrimonio institucional de incalculable valor para la vida de las personas, para el que forjamos un pasado mítico de lucha (lucha por la defensa del trabajo sexual) y por el que merece la pena seguir luchando para asegurarnos que en un futuro no desaparezca, sería preciso que los regulacionistas nos aportaran algún dato o alguna investigación probatoria de los especiales beneficios que la prostitución ha traído a las mujeres a lo largo de la historia, en lo referente a su salud y su bienestar, crecimiento personal, desarrollo profesional, o en los avances que ha supuesto en lo referente a la emancipación de la mujer. Porque a día de hoy, que sepamos, todo lo que hemos logrado las mujeres se lo debemos al feminismo, y no a otra cosa. Antes bien, lo que tenemos son muchas evidencias y muchas investigaciones que demuestran lo contrario sobre esta actividad. Para convencernos de que el abolicionismo es algo malo para las mujeres, primero tendrán que demostrarnos que la prostitución es algo bueno, y eso lo tienen muy crudo.

A pesar de eso, la facilidad con el discurso del TS puede llegar a las personas más jóvenes y los más vulnerables es extraordinaria, porque la propia simplicidad del mensaje y la banalización del sexo como objeto de consumo viene inscrita ya en la cultura capitalista que nos invade por todos lados. El discurso del TS cuenta con el apoyo de una moral que ya está normalizada. No en vano las autoras equiparan a la prostituta con la mujer promiscua. De la prostituta dicen que es la mujer que hace con su cuerpo lo que le da la gana, cuando todos sabemos que es la que pone su cuerpo al servicio de los deseos del hombre que la consume. Defender la prostitución como subversiva o empoderante, va más allá de cualquier forma de regulacionismo anterior al de los paraguas rojos, porque es incitación a la prostitución.

Las autoras, que son antropólogas, en ningún momento hacen referencia al origen de esta institución, oscureciendo la violencia inherente a la prostitución, que es la del privilegio sexual del hombre de disponer del cuerpo de la mujer cuando le venga en gana, sosteniendo una clase de mujeres cuya función será la de satisfacer este privilegio a cambio de manutención o dinero.

Con los privilegios convertidos en derechos, ¿qué defensa ante la violencia sexual dejamos a la infancia y la juventud?, ¿qué defensa les dejamos cuando estamos normalizando las relaciones sexuales no deseadas, y priorizamos el deseo del varón que, por el dinero, la persuasión o la fuerza, pueden someterles a sus deseos de dominación?

Hay que pedirle cuentas a esta moral que todo lo cosifica y todo lo mercantiliza, hay que preguntarles a los regulacionistas por este relativismo moral que no pone límites entre lo que es trabajo y lo que es la vida íntima y sexual de la persona. A la hora de enseñar a los jóvenes que la necesidad personal no se llena solo con dinero, que por eso importa la manera en que este se consigue, y que por ese motivo hay que priorizar como medio el trabajo, en lugar de recurrir a la violencia contra otros o contra uno mismo, ¿cómo vamos a hacer esto si les contamos que la prostitución es trabajo, o que todos los medios de supervivencia están al mismo nivel moral y son igualmente buenos? El discurso del TS pone énfasis en el reforzante inmediato de esa conducta, el dinero, pero quedan veladas las consecuencias problemáticas que acarrea esa acción en el plazo posterior. Eso es un ocultamiento irresponsable de cara a la educación de los jóvenes, y sobre todo las jóvenes, a las que se está lanzando a conductas como el prostituirse o hacer pornografía para pagarse los estudios o los gastos personales. Esto es lo que hace de libros como este, manuales acelerados de deseducación sexoafectiva. El trabajo de más de un siglo de pedagogía humanista, feminista y libertaria, es lo único que subvierten.

Por último, el discurso del TS está en plena concordancia con el mensaje desmoralizante y de crudo capitalismo que se está llevando a la clase trabajadora azotada por la crisis económica de principios de este siglo. Si además de querer mentalizarnos de que la precariedad y el subempleo en ocupaciones que no se corresponden con el nivel formativo, son el precio a pagar por conseguir un trabajo, ahora se nos quiere hacer tragar con la idea de que la prostitución es un trabajo tan bueno como otro cualquiera, es porque ya se está sobrepasando una línea roja que el movimiento obrero jamás cruzó. Los defensores del regulacionismo se desentienden de las consecuencias sociales de un discurso que sin duda muchos de ellos, no van a tener que sufrir. Pero las mujeres que quedan abajo en la estructura sociolaboral, incluyendo las que están siendo utilizadas por este discurso, son las que van a tener que enfrentarse a las peores situaciones.

No hemos podido quedarnos impasibles ante tanta injusticia

Por la verdad, y por la abolición siempre

Grupo Moiras